Era una mañana calurosa en la ciudad. Un 17 de Agosto que nos había convocado a estar aún en la ciudad y no en la playa con nuestras familias y nuestros conocidos. En unos meses cumpliríamos nuestro segundo año viviendo juntos y te preparaba una gran sorpresa. Si por algún motivo aún estábamos sin vacaciones era por tu primer mes de prácticas en el periódico y por el retraso que llevaba en mis planos. Una becaria estelar y un arquitecto en ciernes. Si algo teníamos por delante, según decía la gente, era porvenir.
A eso del mediodía recibí tu llamada. Acababas de salir de trabajar.
– Dime
– En 20 minutos en el italiano de siempre. ¿Te dará tiempo?
– Juro que lo intentaré pero no prometo nada.
– Haz un esfuerzo. ¿Sabes? acabo de ver a una mujer con un dálmata, como el que me gusta
– Ah sí, ¿ Como es de grande? Puede que sea el del vecino del 3º, el que se mudó ayer.
-[…]
– Oye…Oye….¿me escuchas?

Bajabas por la avenida manteniendo una conversación trivial conmigo cuando doblaste en esa maldita esquina. Una berlina alemana de color negro no frenó a tiempo en el paso de cebra y te llevo por delante. Tarde cerca de una hora en poder localizarte. Cuando lo hice quedé paralizado, helado, angustiado y con un gran sentimiento de culpa. Cuando llegué al hospital allí estabas, inmóvil, llena de tubos, para respirar. Los médicos dicen que el golpe producido por el coche no ha sido gran cosa, sin embargo al caer, te has dado un fuente golpe en la cabeza. Están pendientes de hacerte un scaner. Dicen que si es grave te tendrán que inducir el coma. A mí se me cae el mundo al suelo.
En esta habitación de hospital  hace demasiado calor y mi mirada se pierde en la ladera de la colina que desciende a los alrededores del hospital.Acabo de sentir el peso del mundo sobre mis hombros.

[…]

No ha sido hasta hoy, cuando has vuelto a hablar, cuando he vuelto a recordar lo que pasó aquel día. Han pasado cinco largos años, donde me he partido la cara contra el mundo por luchar por estar juntos.